viernes, 24 de junio de 2011

MY HOME IS IN THE DELTA

A cualquier hora del día se le podía ver errando por la playa solitaria del Delta, evocando en silencio las noches y las mañanas sobre el tejado de eslabonadas cabañas abandonadas al borde del rio. Alimentaba entonces su mal con signos imponderables: un vuelo de golondrinas, el rosa del atardecer, o esos caprichosos rayos que el sol abandonaba, a veces, si es que los pinos y cipreses, centenarios, lo permitian. El mundo exterior, mas allá de aquello que siempre puede salvarnos de todo, no quería verlo, cerraba los ojos sobre él obcecado en acariciar su quimera y en perseguir con todas sus fuerzas la imagen de una  casa solitaria, una tímida luz suspendída en el centro de su espacio interior,  repleto de polillas, dos o tres colinas de libros polvorientos, abandonados, sobre una mesa,  el fuego favorito de la chimenea y el rostro de alguna mujer imaginaria, coloidal, sin piernas, sin brazos, sin rostro y, si es que tenia alguno en antaño, ya el tiempo había borrado de su memoria. Todo este universo vital que componían el clima para él irremplazable ya no existia.


 
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